Las botijas de malaquías

Por: HERMIDA ZAMORA CARVAJAL

Don Malaquías

Don Malaquías Valverde era un señor muy rico, él vivía en la esquina por donde “Negro” Jiménez tiene la tienda. Era el dueño de todo lo que es hoy Bajo Tejares. 

Teodorico Chacón era su gran amigo y siempre lo visitaba. El señor Chacón era tío de mi esposo, Tobías Retana, y siempre me comentaba sobre la gran cantidad de dinero que don Malaquías le mostraba, él era de toda su confianza.

Además de Teodorico, el profesor y artista, Jorge Carvajal, me compartía sus historias sobre la etapa final de la vida de Valverde. Según contaba, Monseñor Solís acudía a confesar al doliente y le preguntaba sobre sus preocupaciones en esta vida, a lo que le respondía siempre con algunos secretos de índole financiero. Empezó diciendo que tenía una plata enterrada por la pila donde lavaban la ropa. A raíz de esto, los familiares de don Malaquías escarbaron en el lugar y encontraron tres de esas latas grandes de manteca de marca “Cochinito”, repletas de monedas de oro.

En varias ocasiones, cuando regresaba Monseñor, el paciente revelaba la ubicación de otro de sus tesoros, el cual sus familiares procedían a localizar. Sin embargo, todavía presumen que mucho de ese dinero aún se encuentra enterrado. Decía don Jorge que se sospecha que en el lote donde se ubica actualmente el Hospital de San Ramón, Carlos Luis Valverde Vega, el cual era un cafetal propiedad de don Malaquías, debe haber variedad de entierros de dinero.

Limitando con el estacionamiento del actual Supermercado Palí, se encontraba parte del solar de la casa de don Malaquías, en su momento repleto de árboles de durazno. Ese terreno limitaba con la casa de don David Rodríguez. Mi tía política, Dora de Carvajal, me confió que a altas horas de la noche se podía observar a Valverde con una carbura rondando el solar, pero nunca lograron identificar sus intenciones, pues su padre don David no les permitía curiosear a través de la ventana del comedor. 

Después de la muerte de don Malaquías, su viuda, Josefina, le mostró la gaveta de una cómoda llena de billetes bien acomodados, a la cuñada de mi hermana Irma, Amparo de Cambronero, y le decía que tomara los que quisiera. Ella a pesar de su pobreza, fue incapaz de aceptar alguno. Contaba que los billetes estaban hasta podridos y se rompían al tocarlos. 

Esta es una de las tantas historias de las botijas que aquí en San Ramón se encuentran y que constantemente escuchamos rumorear.

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