Joaquina Rodríguez Solórzano (1812-1887)

Por Fernando González Vásquez

Joaquina Rodríguez Solórzano (1812-1887)

Doña Joaquina Eulalia Rodríguez Solórzano, una humilde mujer alajuelense, se cuenta entre las primeras pobladoras del naciente caserío de San Ramón en la década de 1840. Se convirtió además en la primera maestra con que contó el nuevo poblado.


Ella fue hija del hogar formado por Juan María Rodríguez Sancho y Antonia Solórzano Saborío, ambos alajuelenses, quienes procrearon una familia de diez hijos: Ramona, Cayetano, Joaquina, Rosalía, María Teresa, Ramón, María Dámasa, María Josefa, Ángela y Cayetana.


Doña Joaquina fue bautizada en Alajuela el 18 de diciembre de 1812. Contrajo matrimonio en 1832 con Ramón Gamboa Jiménez, de quien enviudó once años más tarde.


Con sus cinco hijos a cuestas, todos de muy corta edad (Manuel, José Procopio, Diego, Josefa y Basilea Gamboa Rodríguez), esta valiente matrona, al lado de un pequeño grupo de labriegos, se aventuró por las selvas sin caminos atravesando caudalosos ríos, hasta llegar al sitio denominado Los Palmares. Posteriormente se trasladó a las montañas del otro lado del río Grande, al lugar que por decreto Nº52 del 19 de enero de 1844, se puso bajo la protección de SAN RAMÓN NONATO. Lugar a cuyo descubrimiento y fundación había contribuido su hermano menor, RAMÓN NORBERTO RODRÍGUEZ SOLÓRZANO, quien nació en Alajuela en 1818. A él junto con otro pionero llamado RAMÓN SALAS SANDOVAL, se les atribuye el que San Ramón lleve este nombre, ya que según reza una versión sobre el origen de la denominación, fue en honor a ellos que se bautizó la nueva población.


“Pasando fatigas sin cuento, abriendo con sus machetes la picada entre la selva primitiva, trayendo a sus mujeres y a sus hijos a pie, llegaron los primeros pobladores que sólo trataban de romper el bosque para sembrar en la tierra abonada por los siglos el maíz y los frijoles necesarios para su alimentación. En el sitio donde hoy se encuentra la ciudad de San Ramón, se edificaron los primeros ranchos, sirviendo muchas veces de asiento los troncos de los árboles recién cortados”. (Trino Echavarría. Historia y Geografía del Cantón de San Ramón, 1966).


De doña Joaquina (Doña Quina, como la llamaban) y también de su hermano Ramón proceden los troncos de una de las más numerosas familias de San Ramón. A ella le correspondió atender a los carpinteros Santiago Álvarez, Pilar Sáenz, Manuel Lobo, Manuel Luna, Martiliano Segura y Juan Ramón Fernández quienes, bajo las órdenes del maestro de obras José de la Luz López, construyeron la ermita que antecedió a lo que en un futuro sería el templo parroquial de San Ramón.


Su vida la dedicó al servicio de la colectividad y a la enseñanza de las primeras letras, siendo la primera maestra de la comunidad ramonense. Debido a su pobreza, estableció una escuelita en su propia vivienda con el fin de procurarse el sustento y el de sus hijos. Su humilde casa, “de teja de barro y de tabiques simples con dos ventanas y una puerta”, estaba situada 250 metros al este del actual parque de San Ramón, y se convirtió en la segunda escuela de la localidad (la primera fue dirigida por el maestro Félix Fernández). Según testimonios recogidos por don Trino Echavarría en su obra citada: “Doña Joaquina tenía la cocina pegada al aula en la impartía sus lecciones. La preceptora, para ayudarse un poco más vendía tortillas en el vecindario. Corría entonces el año 1859 y los alumnos de la época lo eran: don Ceferino Rodríguez, y posteriormente don Aquiles Acosta, don Cleofas Salas y don Ricardo Flores. Los padres de familia pagaban a la señora doña Joaquina, no en dinero, sino en especie. Los mismos alumnos le llevaban diariamente maíz, frijoles y si mataban un cerdo en la casa, un poco de tocino para la manteca. Los alumnos escribían sobre toscas mesillas de gruesa madera, sentados en bancos sin espaldar. Se enseñaba la lectura en forma silábica y se daban lecciones de catecismo, de moral y de matemáticas”.


En sus días postreros, al encontrarse incapacitada para acudir hasta el templo, convertido ya en una majestuosa obra arquitectónica construida de calicanto, escuchaba la misa desde la esquina enfrente de su casa de habitación.


Doña Joaquina murió en San Ramón el 28 de mayo de 1887, a la edad de setenta y cinco años.

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