Nunca conocí a mi abuela Esmeralda. La única imagen que tengo de ella es una vieja foto, donde está de pie junto a mi abuelo Julio. Cuando veo esa foto, veo a una mujer recia, fuerte, imponente como su nombre. Solo sé que tenía los ojos verdes y que murió muy joven, sumiendo en un luto infinito a toda la familia. La veo allí, de falda larga y cotona blanca, férrea e implacable.
Rafaela Esmeralda de los Santos Quesada Bastos nació el 09 de enero de 1883en Buenos Aires de Palmares, como la hija número 13 de José María Quesada Ugalde (13/12/1840 – 23/10/1886) y Juana de Jesús Bastos Alfaro (08/03/1840 – 03/06/1929). Un día después de su nacimiento la bautizaron, no se fuera a morir y quedar condenada al Limbo, ese lugar solitario donde van los niños sin bautizar. La Iglesia de San Ramón recibió a la recién nacida, para cubrir su cabecita con agua bendita. En esa época El Valle de los Palmares era parte de ese cantón.
Tenía tres años y nueve meses cuando perdió a su padre a causa de la fiebre amarilla, quien tenía tan sólo 45 años. Juana, mi bisabuela, viuda y con nueve hijos, se trasladó a Chaparral, a una finca que tenían en ese sitio, junto a Baltazar y Joaquín Quesada, primos de su difunto esposo. Nadie sabe por qué se fueron a vivir a Chaparral, en lugar de regresar a Palmares. Después de la muerte de su esposo, la bisabuela Juana le tuvo que ceder a Diego Trejos, acreedor de José María, “el denuncio” que habían hecho en San Carlos (según la investigación de Felenón Quesada – 1958).
En Chaparral, sola y valiente, Juana terminó de criar a sus hijos. En ese ambiente creció Esmeralda, entre potreros, bueyes, cañales y sembradíos de tabaco. Era la menor de las hijas, hacendosa y coqueta. Desde los 12 años confeccionaba su ropa y la de sus hermanas Victoria y Rosa. Tenía manos rápidas y hábiles. Vivía la vida tradicional de las mujeres de su época, cooperaba con su madre en los oficios de la casa, iba a misa los domingos. Ir a misa era la única forma de socializar y para los Quesada, la religión era muy importante.
A los 21 años, siempre voluntariosa y llena de temple como su madre, Esmeralda decidió que era hora de buscar marido y formar su propia familia. Había crecido en un hogar lleno de gente y de tragedias. Ahora ella quería su propia casa y sus propias historias, talvez con el afán de exorcizar el sufrimiento. Un domingo de 1904, a la salida de misa, conoció a Julio María de Jesús Rodríguez Villalobos (12/04/1879 – 19/05/1963), un hombre alto, esbelto, de cabello negro y lacio y ojos adormilados. Ella bajita, de cabello castaño “arrepentido”, sonrisa fácil y carácter fuerte. Fue amor a primera vista. Julio era un hombre apuesto, de familia acomodada, excelente jinete y encantador. Tenía fama de conquistador.
Después de varios domingos de encontrarse después de la misa, el abuelo Julio se armó de valor y se fue a pedirle “la entrada” a Juana Bastos, la doña Bárbara del Chaparral. Juana lo escudriñó con la mirada y el seño fruncido y le preguntó de quién era hijo. No iba permitir que la menor de sus hijas se casara con el primer aparecido que la cortejara. A partir de ese momento, cada domingo por la tarde, el joven Julio recorría a caballo la distancia entre San Juan y Chaparral, con la certeza de que Esmeralda se casaría con él. Un domingo por la tarde le pidió matrimonio y ella aceptó. Al amanecer del sábado 25 de noviembre de 1905, se presentaron en la Iglesia de San Ramón, para comprometerse ante el altar a estar juntos por el resto de sus vidas, “hasta que la muerte los separe” y cumplieron su promesa.Julio tenía 26 años y Esmeralda, 22.
Como prueba de su amor, Julio le construyó una casa de madera grande y luminosa, justo antes de subir la cuesta de San Juan. La explanada del frente estaba poblada de cipreses y se inundaba en los largos inviernos. Allí sesteaban los boyeros que venían de Alto Villegas, Concepción, Los Ángeles y otros distritos, con sus carretas cargadas de frijoles, maíz, tiquizque, dulce y otros tantos productos. Hombres y animales se acurrucaban junto a los árboles, que por la noche y al pasar del viento, hacían un ruido espectral. Algunos de los pasantes tendían sus sacos de gangoche en el amplio corredor de la casa de mi abuela y descansaban unas horas, en la noche del jueves. En la madrugada del viernes proseguían su camino, para vender sus productos en el Mercado de San Ramón. La abuela, hacendosa y atenta, se levantaba a las dos de la mañana para ofrecerles un café, a aquellos agricultores trasnochados y hambrientos.
Conocí esa casa azul celeste, de ventanas bateantes, poblada de begonias y rodeada de jardines. Me gustaba ir allí. Por las noches la madera crujía y se escuchaban los pasos de abuela Esmeralda, que aún vigilaba que su familia estuviera bien. Yo, aterrorizada, me acurrucaba en la cama para librarme del fantasma de mi abuela. Los pisos brillantes, de tablones anchos y pulidos, daban testimonio de los pasos de todos y del paso del tiempo. Allí nació mi padre y mis tías y tíos, uno a uno, cada dos años. Entre 1906 y 1924, abuela Esmeralda trajo al mundo siete mujeres y cuatro varones. Con su implacable carácter, mi abuela regentaba la casa y los hijos, a quienes criaba con mano dura y una férrea disciplina, moldeándolos fuertes como ella. Se ocupaba de la casa, cosía su ropa, la de la chiquillada y con la ayuda de sus hijas mayores, Leonor y Gloria, hacía puros que vendían en el mercado local. Al abuelo Julio le gustaba tomarse sus tragos y coquetear y ella, orgullosa, mantenía su lealtad. Esmeralda lo quiso tanto que vivió en silencio sus andanzas.
El último embarazo de mi abuela acabó demasiado pronto y acabó con ella. Una infección generalizada, provocada por un aborto espontáneo, recorrió su cuerpo como un veneno, hasta alcanzar su corazón, ya de por sí maltratado. El antiguo Hospital Francisco Orlich de San Ramón, fue testigo de su agonía y de los cuidados de su hija Gloria. No había médicos de planta en dicho Hospital y no pudieron detener la infección. Murió la mañana del sábado 27 de octubre de 1928, de una miocarditis séptica. Tenía tan sólo 45 años, al igual que su padre.
Después de la misa, un largo cortejo recorrió las calles lentamente hasta el Cementerio de San Ramón. Su trágica muerte dejó un gran vacío en el corazón del abuelo Julio, quien tarareaba en silencio: “cada domingo a las doce saldré a la ventana, para esperarte como antes después de la misa.” Él no pudo superar la pérdida de la mujer amada y por los siguientes 35 años, la buscó en una botella de alcohol. La familia resintió profundamente su partida, especialmente mi padre y sus hermanas, que siempre lamentaron su irreparable pérdida. La menor de mis tías, María Lucía, tenía apenas cuatro años y fue tal la tristeza que la invadió, que se fue detrás de su madre, mes y medio después. Dicen que fue por problemas estomacales, pero yo creo que fue por desolación.
Mi abuela Esmeralda había vivido una vida de lutos y ahora era su partida la que enlutaba a la familia. Pero en medio de todo el dolor supo perpetuar la vida, darle amor a sus hijas e hijos, sacar adelante a una familia que ahora la recuerda con cariño y orgullo. Yo llevo en mi sangre tu fortaleza. ¡Gracias abuela Esmeralda!
“Soy de aquellos que sueñan con la libertad. Capitán de un velero que no tiene mar. Soy de aquellos que viven buscando un lugar. Soy Quijote de un tiempo que no tiene edad.” JIglesias. Quijote.
JUAN RAFAEL DEL CARMEN RODRÍGUEZ QUESADA (20/10/1909 – 13/09/1974) nació y creció en San Juan de San Ramón, Alajuela. Fue el tercer hijo de Julio María de Jesús Rodríguez Villalobos(12/04/1879 – 19/05/1963) y Esmeralda de los Santos Quesada Bastos (09/01/1883 – 27/10/1928) y el mayor de los varones. Acababa de cumplir 19 años, cuando murió su madre de una miocarditis séptica. Un mes y ocho días después, murió María Lucía, su hermana menor.
Con esos duelos a cuestas, emprendió la vida de casado el 14/05/1932, junto a María Emelina Deliamira Lobo Artavia (01/07/1912 – 09/08/2007), quien lo acompañó por los siguientes 42 años y cuatro meses “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”. La joven pareja construyó una pequeña casa y se quedó a vivir en la propiedad del abuelo Julio, durante el primer año de matrimonio. En 1933, después del nacimiento de Esmeralda, su primera hija, la familia se trasladó a vivir a Los Ángeles, San Ramón, a una finca que su padre tenía en ese lugar. Allí nacieron nueve de mis hermanos mayores, de Mary a Melania. Allí también vivían otros/as de mis tías con sus familias.
A finales de 1935, en una incursión de cacería en La Balsa de San Ramón, se hizo una herida en la rodilla derecha, que le derramó el líquido sinovial. A raíz de este accidente, estuvo tres meses internado en el Hospital Nicolás Orlich de San Ramón. Tal era la infección que tenía, que amenazaban con cortarle la pierna por la gangrena. En esa época el doctor Carlos Luis Valverde Vega, visitaba una vez por semana dicho Hospital. Dada la gravedad del caso y viendo que la infección avanzaba, Manuel Esquivel, un primo hermano de mi madre, le hizo unos rezos y baños con Permanganato de Potasio y logró detener la infección. Fue así como le salvaron la pierna y la vida. Mi padre quedó con una discapacidad permanente, con la pierna rígida de por vida. En medio de ese estrés de mis padres, nació mi hermano Víctor Julio (cc Cuyo, qepd), el mayor de los varones y el cuarto hijo de la pareja.
Papá era un hombre ambicioso, trabajador, aventurero y orgulloso. En eso se parecía a su abuelo materno, José María Quesada Ugalde. Él quería su propia finca y no le daban los recursos para comprarla en San Ramón. En febrero de 1944 cogió a su familia y sus “chuicas” y emigró a Huacas, en la Península de Nicoya. Iban con nueve hijas e hijos entre 11 y 0 años, una yegua y unos cuantos enseres. Había comprado una finca en Avellana, un caserío próximo a Huacas, por ₡500. Mi tío Amado Ramón Rodríguez Quesada, que vivía allí desde hacía seis años, lo había convencido de que ese era un buen lugar para vivir, trabajar y hacerse de lo propio. Siguiendo los pasos de su abuelo materno, antes de irse a Huacas, papá fue a explorar tierras a San Carlos. La perenne lluvia de las llanuras de San Carlos lo disuadieron y se decidió por la Península de Nicoya.
Guanacaste: la tierra prometida
¡El que se va se va y el que se queda se queda!, fueron las palabras de mi padre ante la resistencia de algunos a emigrar. En la madrugada del 17 de febrero de 1944, mis padres, nueve hermanas/os y Fidelina Lobo Carvajal, madre sustituta y tía paterna de mi madre, emprendieron un viaje sin retorno a la TIERRA PROMETIDA. Dos días de viaje. Papá alquiló un camión y salieron a las tres de la mañana, de Los Ángeles de San Ramón hacia Puntarenas. Allí tomarían una lancha para atravesar el Golfo de Nicoya. En Puntarenas, cuando mi hermano Eduardo (qepd) vio el mar, se asustó tanto que salió como alma que lleva del Diablo por medio Puerto. No se iba a subir a ese chunche ni “amarrao”. Tuvieron que perseguirlo y llevarlo a rastras y pegando alaridos a la lancha. ¡Ah pecao! Tenía cuatro años. Zarparon a las dos de la tarde y después de cuatro horas de lento balanceo, mareo y vómitos, tocaron tierra a las seis de la tarde en Puerto Thiel, un pequeño embarcadero ubicado en uno de los brazos del manglar que se abre al final del Golfo, en la Península de Nicoya. Allí les esperaban tío Amado, tío Loncho con otros hombres y tres carretas. Dos para la catizumba de güilas y las mujeres y otra para los chunches. Papá montaba su yegua negra, que había sobrevivido de milagro a la travesía. En medio de la trifulca para bajarla de la lancha, asustada saltó al agua. De allí la rescataron medio ahogada.
Hambrientos, trasnochados y extenuados, cual judío errante, recorrieron los 27 kilómetros que separan Puerto Thiel de Huacas. Como si fuera poco, Esmeralda, de 11 años, se atravesó un alambre de púas en un brazo y se hizo una enorme herida. Todo eso en mitad de la noche y en mitad de la nada. Descansaron un rato en Zapotal y al amanecer del 18 de febrero, prosiguieron el camino a paso de carreta hasta Avellana. Allí había una vieja casa de madera, ubicada en la parte baja de la finca, donde residiría la familia por los siguientes seis años.
Papá era un hacedor. Hacía casas, ataúdes, jáquimas ,albardas, mecates e hijos. Era un hombre magnánimo, siempre ocupado y preocupado. Años después construyó una casa de madera, espaciosa y fresca, montada sobre pilotes. La casa miraba al Golfo, con la esperanza de hacer algún día el camino de regreso. En Avellana vivió la familia 14 años, desde 1944 hasta 1956. Allí crecieron mis hermanas/os mayores, fueron a la escuela y nacimos ocho hijas/os más. Mis padres habían decidido cumplir con el mandato bíblico “creced y multiplicaos”. La vida era dura y el clima inclemente. El calcinante sol del verano guanacasteco, hacía estragos en la piel de aquellos ramonenses acostumbrados al frío de Los Ángeles. Los lluviosos inviernos, de interminables temporales, paralizaban hombres y animales. Mosquitos, serpientes y todo tipo de alimaña, eran habitantes cotidianos de casas y trojas.
En esa lucha por adaptarse y sobrevivir, dos de mis hermanas nacieron con discapacidad y otras dos murieron muy pequeñas. La asistencia médica era sólo una ilusión. Don Memo, el Boticario en Mansión, era la opción más cercana, a dos horas a lomo de caballo. Allí llevaron enferma a mi hermana Marta Cecilia y regresaron a casa con la niña muerta. Tenía seis meses.
En 1955, en el decimoctavo parto, mamá casi muere. Si no hubiese sido por la pericia de las parteras de la zona, la habríamos perdido. En 1956 la familia emprendió una nueva aventura, siempre bajo el gobierno de mi padre, que había dejado bien claro quién mandaba y quién obedecía.
En busca de El Dorado
Al anochecer del lunes 09 de abril de 1956 bajo la dirección de mi padre y la atenta vigilancia de mi madre, su compañera incondicional, en una caravana de 25 personas y 16 carretas, emprendimos el viaje de Avellana al nuevo lugar de residencia, una finca entre Santa Marta y Betania, en el Cantón de Hojancha. Era luna nueva. A la luz de focos y carburas, recorrimos 30 kilómetros bajo el arrullo constante del golpeteo de las carretas, por esos caminos montañosos y pedregosos, hasta el sitio donde la familia pasaría los siguientes 15 años. Todo presagiaba una vida aún más dura y difícil.
Apretujados en dos carretas, guiadas por papá y José Luis, viajábamos adultos y menores de la familia. Amigos y vecinos nos acompañaban transportando el menaje, la cosecha y los animales: camas, muebles, frijoles, arroz, maíz, gallinas, chanchos, … todo. Bajamos el cerro El Socorro después de la medianoche, para llegar al amanecer a la finca de 125 manzanas que papá había comprado en ₡11.500, a un tal Manuel “Masa” López. Ya él y mis hermanos mayores la habían acondicionado: botaron tacotales, sembraron pastos, maíz, arroz, caña, frijoles… Hasta un cafetal tenía papá en esa finca.
Junto con mi hermano Eduardo, su asistente en carpintería, construyó casa y trapiche. Toda de madera, amplia y ventilada, la nueva casa tenía un corredor en frente refrescado por crotos y espárragos. Captó una naciente en el cerro y el agua llegaba por gravedad a la casa. Éramos la única familia que tenía cañería.
En las tardes de verano, grandes y chicos nos sentábamos bajo los naranjos que la rodeaban a pelar y comer naranjas. Y en los días de molienda, después de girar por horas detrás de los bueyes y ya empanzados con caldo de caña, rodeábamos como abejas la paila hirviente. Siempre bajo el ojo vigilante y estricto de papá.
Alejado de todo y de todos: escuelas, servicios médicos y vecinos, ese lugar era una especie de destierro. A cualquier lado que quisiéramos ir había que cruzar el río Lajas, que en los interminables inviernos de la época, crecía y arrasaba con árboles, animales y gentes. Quedábamos totalmente aislados, con los cerros en frente y el Río a las espaldas.
Todos los fantasmas legendarios rondaban esos solitarios parajes: la Llorona; la Cegua; la Carreta sin Bueyes; el Cadejos… En el silencio de la noche, la Llorona bajaba por la quebrada junto a la casa y escuchábamos sus lamentos. A mis hermanos mayores, la Cegua los encantaba en los caminos solitarios, cuando regresaban de sus aventuras nocturnas. La Pancha, que tenía el pellejo tan arrugado tan arrugado de quitárselo y ponérselo para convertirse en zopilote, en las noches de luna, venía a molestarnos y caminaba por el techo de zinc para no dejarnos dormir. Entonces papá se levantaba furioso, cargaba la carabina con balas de sal y desde el patiole gritaba: “Bajate de ahí o te mato bruja hijueputa.” Pero la Pancha siempre le ganaba la partida y al vuelo se alejaba carcajeándose, para regresar la próxima luna llena.
En enero y febrero de cada año, se enviaba la cosecha al Concejo Nacional de Producción. Víctor Julio y José Luis, salían de madrugada con las carretas cargadas de granos hacia Carrillo, el Puerto más cercano, a tres horas a paso de carreta. Allí había un recibidor del Consejo. Lanchas de cabotaje transportaban la mercancía hasta Puntarenas. Iban cargadas de: arroz, frijoles, maíz, cerdos. Junto a la mercancía, papá enviaba un saco de frijoles y uno de arroz al Hospicio de Huérfanos de Fray Casiano.
Mi padre había cambiado la finca de Avellana por nueve novillas y un torete. Así se inició como ganadero. Cada año, si podía, compraba un nuevo torete o un lote de novillas. Se sentía orgulloso de esos hermosos animales. Un día su mejor torete brahman no llegó junto al hato de ganado. El semental se había enfrentado a una Matabuey y lo encontró ya frío en el potrero. Como tenía un sentido trágico de la vida y un humor negro, cuando algo así sucedía o un negocio le salía mal, exclamaba con cierta amargura: “Que hijueputa vida, si me pongo a hacer gruperas, las yeguas nacen sin rabo”.
Financiado por el Banco Nacional, poco a poco y golpea golpe, fue aumentado su patrimonio. Una vez al mes salía a las tres de la mañana a lomo de mula, para ir a honrar sus deudas a la Oficina en Nandayure. Prefería las mulas a los caballos, a pesar de que eran asustadizas y nerviosas, éstas lo botaban cada vez que un ánima se aparecía en un recodo del camino. Furibundo la montaba de nuevo y las fustigaba como venganza.
Fueron pasando los años y ese hombre de hierro, luchaba a brazo partido por sostenerse y sostener a la familia. Era amigo de sus amigos y buen vecino. No hacía concesiones, ni a propios ni a extraños. Cuando alguno de los hijos pretendía salirse del canasto, lo ponía en su sitio. Y cuando alguno pretendía comprar algo fuera de sus posibilidades o se ponía a “fachentear”, exclamaba: “No se puede cagar cuadrado teniendo el culo redondo.”
Una aciaga tarde de marzo de 1963, regresaba de Nicoya, cuando cinco balazos lo impactaron por la espalda. Como siempre andaba armado y era un excelente tirador, tuvo tiempo de repeler el ataque, antes de caer de su caballo. Silverio Vásquez, unvecino con el que se había enemistado, le había disparado a mansalva. Los encontraron desangrándose y tirados en la calle. Cada familia hizo lo propio. Por la noche y recostado en su cama, era tan grande el dolor que sentía, que exclamaba: “Pídanle a la Virgen que me descanse”.
En medio de la trifulca y de la noche, improvisaron una camilla y en hombros lo llevaron hasta San Pedro, a unos 10 kilómetros. Era el lugar más cercano donde podía aterrizar una avioneta. Llegó al San Juan de Dios con una peritonitis aguda. Sobrevivió de milagro y por los rezos de mi madre. Tuvo que pasarse un mesen el Hospital y dos meses en San José, hasta que se recuperó. Aquella experiencia hizo mella en el carácter indomable de mi padre. Una enorme cicatriz surcaba su abdomen como testigo y como advertencia. Después de este incidente, su salud desmejoró al igual que su estado de ánimo. Tenía 54 años.
Me contó Gerardo Quesada que tiempo después de este hecho, papá fue a visitar Emiliano Quesada, suprimo, y conversando sobre lo sucedido les recomendó: “Nunca hagan de algo pequeño algo muy grande”. Se había enemistado con Silverio Vásquez por un malentendido.
Vida y trifulcas en El Bajo
Mi padre tenía 42 años y mi madre 39 cuando los hicieron abuelos. Corría el año 1952 y aún vivian en Avellana. A ellos todavía les quedaban tres hijos porllegar. Mi hermano menor, Juan de Dios (qepd), nació en agosto de 1957, el año siguiente de nuestra llegada a la Finca de El Bajo. Papá quedó tan asustado del parto anterior de mi madre, que se la llevó a parir al Hospital de San Ramón. ¡No era para menos!
Regresaron a la Finca con Juan de Dios de 40 días, en setiembre, mes de temporales y malos caminos, difíciles de transitar. El caballo de mamá se quedó pegado en un barrial, mamá perdió el equilibro y cayó al barro con el chiquito. A Juan de Dios, en lugar de agua bendita, lo bautizaron con barro.
– Que chascarrio!, exclamaba papá.
Un día, tapando frijoles y absorto en sus pensamientos, mi hermano Eduardo (qepd), de 16 años, no escuchó los “chichiles” que le advertían que no se moviera y zazz, dos letales colmillos se clavaron en el tobillo izquierdo de aquel jovenzuelo, que detestaba los trabajos del campo. Efraín Castro, que estaba junto a él, actuó de inmediato, mató a la cascabel, le hizo un torniquete al muchacho, abrió la mordedura y chupó toda la sangre que pudo. Lo llevaron a la casa, lo aislaron de las mujeres y le dieron a tomar hiel de cascabel, un preparado que hacía Ramón García, curandero de la zona. Después de tres días bajo rezos y menjurjes, Eduardo regresó a la vida. Sobrevivió de milagro, por la pericia de Efraín Castro, Jesús Jiménez y el menjurje de Ramón García. ¡Gracias Efraín, gracias Jesús, gracias Ramón!
Toda clase de serpientes reptaban por esos parajes: Matabuey, Cascabel, Terciopelo, Mica pintada, Sabanera, Bocaracá, Boas bécquer… Como la casa estaba montada sobre pilotes, debajo del piso se refugiaban boas bécquer. Mantenían la casa limpia de ratones y escasa de gallinas. Se creían parte de la familia y las encontrábamos haciendo siesta en las camas, enroscadas en las cadenas del techo, en los canastos de ropa, en las botas… De repente se escuchaban los alaridos de terror de Marixa, era una bécquer que, colgando de las cadenas de techo, amenazaba con caerle encima.
Así era la vida en los años 50´s y todos los 60´s. Papá seguía al frente de su finca y sus negocios con el apoyo de mi madre, haciendo, siempre haciendo. Hacía magia con sus manos. De una hoja verde, larga y gorda, sacaba fibras blancas y fuertes y tejía cabrestos. Su ayudante en la tejida sostenía tilinte las hebras de cabuya y papá tejía. ¡Ay del que soltara una hebra!
– ¡Queee, no pueden ni sostener un mecate!
Mis tres hermanas mayores se habían casado a mediados de los 50´s y la familia empezó a expandirse. Diez nuevos miembros llegaron en esos años. La mazorca se desgranaba poco a poco y papá lo resentía. Los varones comenzaron a dejar el nido.
Mi padre siempre practicó su deporte preferido, la cacería. Tenía la puntería de Guillermo Tell. Su disparo certero podía alcanzar un venado a 150 metros. Era cazador de a caballo, de venados y de domingos. La carne era un bien escaso en aquella época. Cuando papá cazaba comíamos carne de venado. Los domingos, si lográbamos alcanzar una gallina, terminaba en sopa. Carne res una vez perdida, chancho en Navidad, camarones de río en el verano, si algún trasnochador se aventuraba a camaronear.
En invierno, los temporales eran interminables y emocionantes, se prolongaban hasta por 15 días. El río Lajas arrastraba grandes tucos de madera, que flotaban como hojas en la fuerza de la corriente. Verlos pasar era parte de la diversión. Con grandes y chicos en la casa, a mi madre se le duplicaba la cocinada. Si por ahí correteaba un chancho gordo, pagaba los platos rotos, porque terminaba en chicharrones. Los “güilas” jugábamos Tresillo y Chilate y los grandes Tonto y Ron. En el Río aprendimos a nadar “perrito”, a hacer clavados, a saltar de piedra en piedra, a camaronear… El Río era nuestro Parque de Diversiones. A misa íbamos una o dos veces al año,c on el Padre Luis Vara Carro, un español bajito y simpático, igualito a mi hermano José Luis. Daba la misa en la pequeña Ermita de Santa Marta. Después de misa, parada obligatoria donde doña Chumina, hacedora de chicheme y de rosquillas. Con su andar de pato, sacaba de sus tinajas esa bebida refrescante, rosada y aromática y nos la ofrecía a 10 centavos el guacal. ¡Era el premio por ir a misa!
A ese mundo macondiano llegaban los personajes mas variopintos y todos tenían cobijo y comida en la casa de mis padres: Oscar Venegas, el Polaco; el del Ministerio de Salud, que con su DDT, nos dejaba la casa blanca y apestosa por semanas; Nene Rojas, el del Banco; Manuel, un comerciante de ganado; José Ángel Díaz, el Maestro de la Betania; Beto Lobo, un penitente encadenado a una botella y una tragedia de amor, digna de una novela; el abuelo Filadelfo, un “lobo estepario”; el tío Villo, un “atorrante” huérfano de madre y de amor; y algunos otros “faruscas y aventaos”.
Cuando Manuel, “un carajo muy chirote” y vendedor de ganado aparecía sin reses, papá le preguntaba:
– Diay Manuel: ¿ahora qué anda vendiendo?
-Vendo cabras.
– ¿Cabras?
– Diay Juan: – ¡si no hay perros se montea con gatos!
Algunas tías nos visitaban. Tía Leonor, la hermana mayor bienamada de papá; la tía Josefina; la tía Emilse…Recibía un telegrama:
– Juan, mande a toparme a Hojancha.
Mi padre alistaba las bestias y se iba a toparles o mandaba a alguno de los muchachos. Güipipipíaaaa era el grito que anunciaba la llegada de tía Leonor. Con sus faldas de montar y su indomable carácter, no se le arrugaba a seis horas a caballo, al calcinante sol del verano guanacasteco, a los polvorientos caminos ni a los ríos. Nos visitaba todos los febreros. Otras veces era el abuelo Filadelfo, que se levantaba a las tres de la mañana a picar leña. Si no era la bruja Pancha, era el abuelo Filadelfo quienes perturbaban las silentes madrugadas.
Y así pasaba la vida, entre trifulca y trifulca y entre chascarrio y chascarrio. Sobrevivimos a todo: a los parásitos, al raquitismo, a los temporales, al Río, a las serpientes, al DDT… Cierto día mis padres regresaban de San Ramón y pasando el río Lajas en el pase de Betania, el caballo de mamá “tropicó” en medio río y ella cayó al agua. Papá, que no sabía nadar, se tiró para ayudarla. La corriente los arrastró y se estaban ahogando cuando apareció el Ángel de la Guarda disfrazado de José Ángel Díaz (qepd) y los sacó del agua. ¡Gracias José Ángel! Llegaron a la casa empapados y verdes del susto. Todo se les mojó: víveres, ropa, cuadernos, libros… que tuvimos que secar al sol.
Después del incidente con Silverio Vásquez, la salud de papá desmejoró notablemente. Se volvió hipertenso, diabético y cardiópata. Esa vida cuesta arriba que había tenido, comenzó a pasarle factura. Como ya se le dificultaba montar a caballo, compró su primer carro, un Land Rover de segunda con capote de lona. A mi hermano Roberto el tío Toño le sacó la Licencia, le dio una clase de manejo de media hora y tomó el volante desde San Ramón a la Finca El Bajo. Solo y principiante, manejó un día entero dando la vuelta por Liberia, única carretera en esa época.
Mis padres siempre quisieron regresar a vivir a San Ramón. En 1968 hicieron el intento. Como la salud de papá estaba flaqueando, se fueron a vivir a San Juan, a la antigua casona de madera del abuelo Julio Rodríguez. Papá tenía la esperanza de que estando cerca de un Hospital y de los médicos, recuperaría su salud. Emprendió el viaje acompañado de mi madre, Marixa y Juan de Dios. La aventura no tuvo el éxito esperado y regresaron a su finca un año después.
Si los años 60´s habían sido difíciles, los 70´s no auguraban paz y tranquilidad. Papá era muy apegado a su familia. En 1963 murió su padre y entre 1967 y principios de 1971 murieron tres nietas y tía Guillermina, la hermana mayor de mi madre. Aun con duelos pendientes, la noche del 21 de marzo de 1971, tío Amado, su esposa Nelly, su hijo Fernando y su nieto Luis Fernando, perecieron en un accidente de tránsito en Vista de Mar de Nandayure. El carro en que viajaban derrapó y rodó a un precipicio, con seis ocupantes. Cuatro murieron, Jesús quedó muy malherido y Álvaro logró salir ileso. Al amanecer del 22 de marzo, un mensajero llegó a casa de mis padres con la infausta noticia. ¡Esa fue la gota que derramó el vaso!
Como era hipertenso y cardiópata, no le dieron la noticia en el momento. Con la congoja a cuestas, mis hermanos Roberto y Melania se lo llevaron a Nicoya para que lo medicaran, antes de darle la noticia. Sedado, acompañó el cortejo fúnebre de cuatro ataúdes hacia el Cementerio de Hojancha. Poco tiempo después sufrió un primer “derrame cerebral” y quedó lesionado física y emocionalmente. Entonces la familia decidió trasladarse a vivir a Hojancha, más cercanos a algunos servicios básicos, como centros de salud. Allí papá había comprado una finca de 16 hectáreas en 25 mil colones. La familia aún la conserva.
El hombre fuerte, trabajador y decidido que habíamos tenido como padre comenzó a desmoronarse, afectado por las secuelas de los accidentes cerebrales, la diabetes y los duelos. A principios de1974 sufrió un nuevo AVC que lo doblegó por completo, dejándole postrado en una cama. Como siempre, mi madre, su fiel compañera de vida, cuidó de él con dedicación y esmero.
Mi padre fue un hombre auténtico, creativo, trabajador y visionario. Un resiliente que superó todo tipo de obstáculos, siempre con la frente en alto. El 13 de setiembre de 1974 papá trascendió, dejando tras de si, un legado de trabajo duro, esfuerzo, dedicación, responsabilidad, honradez y orgullo. Gracias papá por tu esfuerzo para que siempre pudiésemos enfrentar la vida con dignidad, responsabilidad y amor al trabajo.
6 DE OCTUBRE DE 1889: En la llamada “Noche de San Bruno”, se dio el enfrentamiento en San Ramón, entre los partidarios de José Joaquín Rodríguez Zeledón (Partido Constitucional Democrático) y los seguidores de Ascención Esquivel Ibarra (Partido Liberal Progresista), en la contienda electoral presidencial de ese año.
En la revuelta, murió asesinado de un balazo, RUFINO MORA RODRÍGUEZ, padre de Hermelinda Mora Carvajal y líder del rodriguismo en San Ramón. La turba -que pretendía incendiar la casa de la familia Acosta García, lo cual fue impedido por el cura José Piñeiro- inculpó injustamente a Aquiles Acosta García, jefe de acción de la directiva esquivelista. Es así como la familia de Juan Vicente Acosta Chaves (primer presidente municipal de San Ramón) , su esposa Jesusita García Zumbado y sus hijos, Aquiles, Julio, Máximo, Emilio, Raúl, Ulises, Luis, Ricardo y Horacio, se vieron obligados a abandonar San Ramón en horas de la madrugada, trasladándose a vivir en Alajuela.
Treinta años después y coincidiendo con la fecha, Julio Acosta García, como líder triunfante de la revolución contra los hermanos Tinoco, regresaría a su pueblo natal. El 5 de octubre de 1919, fue recibido por no menos de 200 jinetes (Paniagua, 1943).
6 DE OCTUBRE DE 1919: Al mediodía, desde el balcón del Palacio Municipal, Julio Acosta García, Jorge Volio Jiménez, José María “Billo” Zeledón Brenes y Rafael Lino Paniagua Alvarado, dirigieron la palabra a una multitud de ramonenses. De ahí marcharon hacia el Cerro de El Tremedal, donde una niña colocó en la solapa una medalla de oro a don Julio Acosta y al General Jorge Volio se le dio la noticia de que la Municipalidad lo declaraba Hijo Adoptivo de San Ramón.
La familia de José Francisco Cristóbal (Cirilo) Ramírez Ramírez (1892-1946) y Crescencia Jiménez Jiménez (1888-1973) es parte de un grupo de forjadores que sembraron sus raíces en el distrito de San Isidro de San Ramón.
El abuelo de Cirilo, Simón Ramírez Solís (1810-1900) emigró a finales de la década de 1840, junto su familia, al Valle de los Palmares con la esperanza de encontrar tierras que le permitieran crecer económica y socialmente. Esos fueron los tiempos que había tierras libres y estas se podían denunciar ante el gobierno para lograr titulación. De hecho, el gobierno promovía este tipo de acciones con el objetivo de incrementar el desarrollo económica y social de la población costarricense. Por ejemplo, el padre Luis Francisco Pérez hizo en denuncio en 1846 de aproximadamente 15 kilómetros cuadrados que abarcaba lo que hoy es los distritos de Concepción, Volio, y parte de San Juan. Este denuncio se piensa que fue meramente especulativo con tal de aprovechar la demanda por tierra. Con el tiempo los migrantes que venían del Valle Central empezaron a comprar pedazos de estos denuncios o a asentarse en los mismos sin que fueron notados por el dueño debido a su gran extensión.
Orígenes de las Ramírez en Costa Rica
En Costa Rica existen más de 6 sepas o troncos Ramírez. El registro más antiguo de una familia Ramírez en Costa Rica es del matrimonio de María Ramírez casada con Diego Romero quienes tuvieron como hijos a Melchor, Alonso, Sebastián y Cristóbal a finales del siglo XVI (1500). Además, María se casó en segundas nupcias con Gaspar Rodríguez en 1607 en Cartago y tuvieron una hija de nombre Catalina. El segundo registro más antiguo de una familia Ramírez en Costa Rica fue el matrimonio de Nicolás Ramírez con Laureana en la década de 1640. Se indica en un registro en los protocolos de Cartago que Nicolás era mestizo.
Según Meléndez (2015), las cepas Ramírez que más destacan en Costa Rica son las familias de:
María Ramírez casada con Baltazar de Ortega alrededor de 1649. Tuvieron tres hijos: Salvador, Lucas y Baltazar.
Francisco Ramírez y Rumayo (x-ya m. 1692) con Luisa Ortega (López) y Chávez. Francisco era natural de Sevilla. Tuvieron 4 hijos.
Juan Rafael Ramírez (x-x) con Micaela Chinchilla (x-1766) quiénes tuvieron 17 hijos en Cartago. Los padres de Micaela fueron Gaspar Chinchilla y Sebastiana de Vargas.
Juan Ramírez y Francisca Serrano, casados en 1686 en Cartago. Juan era natural de Córdoba y los padres de Francisca fueron Francisco Serrano y Ambrosia Sanabria. Francisco era natural de Málaga. Tuvieron 6 hijos.
Francisco Ramírez (x-ya m. 1742) casado con Antonia María de Solís (1681-x). Antonia fue hija de Blas de Solís quién casó con Isabel de Salara en 1670. Antonia testó en 1742 en Heredia y tuvo 5 hijos con Francisco.
Este estudio genealógico realizado por Quesada (2020) muestra al menos de 250 familias Ramírez que existieron en Costa Rica del año 1600 a 1800 aproximadamente. Aunque muchas de estas probablemente está relacionadas, la evidencia para hacer las conexiones no está disponible y mucho queda a la especulación. Salvo en contadas excepciones, es bastante difícil establecer la ascendencia de una persona de apellido Ramírez en Costa Rica debido a la cantidad de cepas, repetición de nombres, errores en las partidas o registros de eventos, y la pérdida de información a través del tiempo. El apellido Ramírez es uno de los más comunes en Costa Rica, así que puede ser un poco frustrante el no encontrar la evidencia que ayude a establecer los vínculos entre las diferentes generaciones. Sin embargo, es muy probable que si su abuelo nació en San Ramón, usted descienda de Simón Ramíres Solís y María Tiburcia Jiménez Castillo, una de las familias fundadoras de San Isidro de San Ramón.
Muy importante es revisar la información en sitios de genealogía de tipo colaborativo, donde cualquier usuario puede agregar información errónea. Se ha detectado que la mayoría de los vínculos y relaciones que los usuarios agregan es incorrecta. Así que sino se incluye la evidencia que respalde cada relación o vínculo, lo mejor es no confiar en este trabajo colaborativo. Además muchas de las transcripciones que se hacen de partidas en sitios como www.familysearch.org son hechas por voluntarios y se cometen muchos errores por lo que se recomienda leer el registro original para corroborar que la transcripción es fiel reflejo de la partida correspondiente.
Juan Ramírez (x-x) y María Francisca Serrano (x-x) en 1771
Juan Ramírez fue el tatarabuelo (abuelo cuarto) de Cirilo y es el pariente o generación más antigua que se tiene evidencia comprobada de su parentesco. Juan se casó con María Francisco Serrano en 1771 en San José. Los padrinos fueron Mateo Montero y Antonia María Acuña. Los testigos fueron José Ramírez y Francisco Pérez. Ver Figura 2. Los hijos de Juan y María Francisca fueron:
José María (1775-x) quién nació en San José y casó en 1796 con María de los Ángeles Solís Solano, hija legítima de. Gregorio Solís y Lucía Solano.
Ana Rafaela (1773 –x), bautizada en 1773 en San José y los padrinos fueron José Cayetano Múñoz y Petronila de los Ángeles Solís (casados). Se indica que los padres son mestizos. Se casó en San José en 1796 con José Umaña Castro, quién fue hijo legítimo de. Blas Umaña y María Jertrudis Garro (Castro).
Lamentablemente en el acta de matrimonio de Juan y María Francisca no se indica quiénes fueron los padres. Es muy probable que los padres de María Francisca fueran Juan José Serrano y María (Manuela) Araya que tuvieron a una hija llamada María Francisca en 1742 en Cartago.
En cuanto a la ascendencia de Juan Ramírez, esposo de María Francisca Serrano, sus raíces no son menos complicadas. La siguiente información es meramente especulativa ya que no se tiene EVIDENCIA. Aquí hay que tener cuidado y valorar esto como lo que realmente es, ESPECULACIÓN. Sin embargo el resultado apunta hacia dos posibles parentescos.
Para tratar de establecer la ascendencia de Juan Ramírez, se hizo una investigación de los posibles padres de Juan siguiendo las siguientes suposiciones:
Juan se casó en primeras nupcias en 1771 con María Francisca
Juan se casó solo una vez al igual que María Francisca
Juan tenía entre 20 a 35 años cuando se casó con María Francisca
La búsqueda de personas con nombre Juan Ramírez que nacieron en Costa Rica entre 1720 y 1755 en la base de datos www.familysearch.org es inclusiva y muestra todos los resultados posibles.
Considerando estos supuestos y parámetros de búsqueda, se logró construir el Cuadro 1. Aquí se muestran las personas de las que se tienen registros (nacimientos, bautizos, matrimonios o defunciones), que se llamaron Juan Ramírez y que nacieron en Costa Rica entre 1720 y 1755.
Cuadro 1. Personas con nombre Juan Ramírez que nacieron en Costa Rica entre 1720 y 1755
Nombre
Padres
Año, lugar de nacimiento
Esposa conocida, año matrimonio
Edad en 1771
Juan Miguel
Nicolas Ramírez y María de la Cruz
1720, Cartago
Ninguna
51
Juan José
Antonio Ramírez y Francisca Jiménez
1720, Heredia
Ninguna
51
Juan Francisco
Antonio Ramírez y Catarina Salazar de Trejos
1723, Heredia
Ninguna
48
Juan Bautista
Antonio Ramírez y Catarina Salazar de Trejos
1725, Heredia
Manuela Salas, XX
46
Juan
Juan Ramírez y María de Salas
1732, Cartago
Ninguna
39
Juan Antonio
Juan Ramírez y Mariana Cayetana de Araya
1735, Cartago
Paula Francisca Salas, 1762
36
Juan Francisco
Juan Ramírez y Mariana Cayetana de Araya
1739, Cartago
María Magdalena Segura, 1768
32
Juan
Juan José Ramírez y María Simona de Araya
1740, Cartago
Ninguna
31
Juan Agustín
Bartolomé Ramírez y Francisca de la Cruz
1743, San José
Ninguna
29
Del Cuadro 1 se descartan los que tuvieron esposa conocida y además Juan Miguel (1720-x), Juan José (1702-x), Juan Francisco (1723-x) y Juan (1732-x) ya que en 1771 tendrían no menos de 39 años de edad. Por lo tanto los probables esposos de María Francisca Serrano serían:
Juan (1740-x). Nacido en Cartago, hijo de Juan José Ramírez Chinchilla y de María Simona Araya. La descendencia de Juan José Ramírez Chinchilla y María Simona Araya es bien conocida y está documentada con su respectiva evidencia.
Juan Agustín (1743-x), nacido en San José. El padre de Juan Agustín fue Bartolomé Ramírez que casó en 1742 con Francisca de la Cruz Barboza en San José. Fueron los padrinos de bautizo de Juan Agustín Manuel Antonio Montero y María Manuela Barboza. Ver Figura 3. Bartolomé declaró en su partida de matrimonio que era de padres no conocidos. Según esta partida de matrimonio, los padres de Francisca fueron Miguel de la Cruz y Francisca Barboza. Fueron padrinos el capitán Miguel Barboza y Luisa Montero.
Basado en este estudio, cualquier de estas dos personas llamadas Juan podrían ser el esposo de María Francisca Serrano. El autor de este trabajo se inclina a pensar sería Juan Agustín, hijo de Bartolomé Ramírez y Francisca de la Cruz Barboza porque nació en San José y por su edad.
José María Ramírez Serrano (1775-x) y María de los Ángeles Solís (x-x)
José María nació en San José en 1775. Los padres de José María fueron Juan Ramírez y María Francisca Serrano. José María se casó en 1796 en San José con María de los Ángeles Solís Solano, hija legítima de. Gregorio Solís y Luisa Solano. Fueron testigos José Antonio Gutiérrez, Alonso Hernández y Mateo de Mora. Ver Figura 4. Los hijos de José María y María de los Ángeles fueron:
Pedro (1798-x), bautizado en San José. Casó en 1831 con Josefa Arias Cruz en San José, hija de Dionisio Arias y Gertrudis Cruz
María Paulina (1801-x), bautizada en San José. Casó en 1821 con José Ovares en San José
Josefa (1804-x), bautizada en San José.
Antonio Servando (1806-1806), sepultado en el Carmen, San José. Indica la partida que era un párvulo.
Antonia casó en 1832 en San José con Salvador Chavarría, hijo de Gerónima Chavarría
Simón (1810-1900), casó con Tiburcía Jiménez Castillo en 1857, en segundas nupcias.
Simón Ramírez Solís (1810-1900) y María Tiburcia Jiménez Castillo (1847-1912)
Simón nació en San José en 1810. Sus padres fueron José María Ramírez Serrano y María de los Ángeles Solís Solano. Simón fue casado dos veces. Primero con Manuela Mora con quién tuvo los siguientes hijos:
Blas Francisco (1848-1898) casó con María Vargas
Toribio de la Concepción (1849-1894), bautizado y enterrado en San Ramón. Casado con María Carbonero.
María Sacramento de Jesús (1851-1907). Bautizada en San Ramón, madrina fue Manuela Agüero. Murió soltera en Esparza.
Simón se casó en segundas nupcias en 1857 con María Tiburcia Jiménez Castillo (1847-1912). Ver Figura 5. Tiburcia fue hija de Melchor Jiménez y María de Dios Castillo y sepultada en San Ramón. Hijos de Simón y Tiburcia fueron:
José Santiago de Jesús (1859-x), bautizado en San Ramón
María Josefa de Jesús (1863-x), bautizada en San Ramón
Magdaleno de Jesús (1864-x), bautizado en San Ramón
Trinidad de Jesús (1866-x), bautizado en San Ramón. casó en 1888 con Juana Matilde Rodríguez Agüero en San Ramón. Hija de Vicente Rodríguez y Francisca Agüero.
Toribio de Jesús (1868-x), casó en 1889 con Amelia Ramírez Sandoval
Francisca (1866-1924), sepultada San Ramón
María Natividad de Jesús (1871-1924), bautizada en San Ramón. Casó con Nereo Vargas
Petra Santos de Jesús (1873-), bautizada en San Ramón
Marcelina de la Concepción (1875-x), bautizada en San Ramón
Simón y su primera esposa, Manuela Mora, muy probable se mudaron a San Ramón a finales de la década de 1840 con la esperanza de buscar un lugar para asentarse. En esa década se dio una importante migración de familias de San José, Heredia, Alajuela, Grecia, y Atenas a la zona del Valle de los Palmares. Aquí había una promesa de tierra disponible para poder crecer económicamente y darle sustento a la familia.
Hoy se reconoce a Simón y su familia, como una de las familias fundadoras de San Isidro de San Ramón. Aunque no hay mucha información sobre la vida de Simón en San Ramón, según registros del Archivo Nacional, existen 4 transacciones legales que incluían a Simón, todas en San Ramón. Esta que se muestra a continuación, es el testamento que hizo con su esposa Tiburcia en 1882:
CÓDIGO: CR-AN-AH-LYCH
SIGNATURA INICIAL: 000728, TOMO: 003, FOLIO: 012.
TEMA: Escritura de testamento de Simón Ramírez Solís y Tiburcia Susana Jiménez Castillo.
ENTIDAD O PERSONA QUE PRODUJO EL DOCUMENTO: Alcaldía Primera Constitucional de San Ramón. FECHA INICIAL: 1882-07-04
La transcripción de este testamento se muestra a continuación:
“En el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo amén. Simón Ramírez y Solís mayor de cincuenta años y agricultor y Tiburcia Susana Jiménez y Castillo de cuarenta años de edad y de oficios domésticos legítimos cónyuges y de este vecindario, hijos legítimos el primero de José María Ramírez y María Solís, que fueron mayores de edad, agricultores y vecinos de la ciudad de San José, y la segunda de Melchor Jiménez y María Castillo que fueron también mayores de edad agricultor el hombre, de oficio domésticos la mujer y de este vecindario ordenan su testamento de la manera siguiente.
Primero. Declaramos que somos católicos apostólicos y Romanos en cuya religión hemos vivido y moriremos gustosos, esperando en la misericordia de Jesucristo que nos perdonará nuestros pecados.
Segundo. Queremos que nuestro entierro sea decente pero sin fausto ni ostentación y a disposición de nuestros albaceas.
Tercero. Declaramos que hemos tenido por hijos legítimos a (José Santiago de Jesús) digo: María de veinticuatro años de edad oficios el de su sexo casada con Nereo Vargas mayor de edad, agricultor y los dos de este vecindario, a José Santiago de Jesús de veintitrés años de edad y soltero, a Magdaleno de Jesús de diez y ocho años de edad soltero y también agricultor, a Trinidad de Jesús de diez y seis años de edad doméstico y agricultor, a Toribio de Jesús de catorce años de edad agricultur y también doméstico, a María Natividad de Jesús de diez años de edad doméstica y del mismo vecindario y aunque hubieron otros, estos murieron en no menor edad.
Cuarto. Yo el primero declaro que fue casado en primeras nupcias con la señora Manuela Mora, quién fue mayor de edad oficio el de su sexo y de este vecindario con la cual tuvo tres hijos legítimos llamados Blas Francisco, Toribio de la Concepción y María todos Ramírez y Mora de los cuales hoy se hayan en su mayor edad, casados los dos primeros y soltera la última agricultores los varones y oficios domésticos la mujer y todos de este vecindario, que usando del artículo 24 de la Ley de nuevos testamentos resuelvo no dejarles derechos alguno a estos en cosa algunas de mis bienes.
Quinto. Declaramos los dos por nuestros bienes propios todos aquellos que aparezcan después de nuestra muerte.
Sexto. Declaro yo el primero que instituyo por herederos de todos mis bienes por partes iguales a mi esposa e hijos legítimos.
Sétimo. Declaro yo la segunda que instituyo también como herederos en los bienes a mi esposo e hijos por partes iguales: advierten aquí que además de lo que han expresado se heredan en cien pesos a más de lo que pueda tocarles el uno al otro.
Octava. Declaramos que nombramos de primer albacea a Nicolás Rodríguez y de segundo y juez árbitro a su hijo José Santiago Ramírez y Jiménez y de segundo juez árbitro a su otro hijo Magdaleno de Jesús también Ramírez y Jiménez, siendo el primero de los nombrados, mayor de edad casado agricultor y de este vecindario a quienes se les confieren las facultades que en derecho se requiere.
Y por el presente revocamos y anulamos todos los testamentos y demás disposiciones testamentarias que antes de ahora hayamos formalizado por escrito o de palabra, y queremos que ninguna otra valga sino este nuestro testamento.
Así lo otorgaron y no firman por expresar no saber, ante mí Dionisio Rodríguez Cruz, Alcalde Primero de la Villa de San Ramón a las cuatro de la tarde del día cuatro de Julio de mil ochocientos ochenta y dos siendo presente al otorgamiento los testigos señores Rafael Baldares y Bonilla, Norberto Ulate y Vargas, Félix Castro y Bustamante, y Marcelo Zúñiga y Valverde, todos mayores de edad, dos primeros casados y los últimos solteros todos artesanos y de este vecindario y sin ser ninguno de ellos herederos ni parientes de los herederos dentro del cuarto grado. Leído que fue este testamento a los testadores a presencia de todos los testigos, que veían y entendían a los testadores dichos, expresaron estos estar conformes con lo que habían declarado y que todo era su última voluntad y todos firman conmigo. “
Simón fue sepultado en San Ramón a los 90 años. Ver Figura 6.
Toribio de Jesús Ramírez Jiménez (1868-x) y Amelia Ramírez Sandoval (1873-1943)
Toribio fue bautizado en San Ramón en 1868, hijo de Simón Ramírez Solís y María Tiburcia Jiménez. Los padrinos de bautizo fueron Domingo Ramírez y Pantoleona Jiménez. Toribio se casó en 1889 en San Ramón con Amelia Ramírez Sandoval (1873-1943). El padre que ofreció la misa fue Jose Piñeyro y los testigos fueron Trinidad Ramírez y Matilde Rodríguez. Amelia fue sepultada en San Ramón y sus padres fueron Manuel Ramírez y María Sandoval. Ver Figura 7.
Los hijos de Toribio y Amelia fueron:
María Emilia (1890-1891)
José Francisco (1892-x), nacido en San Ramón
José Francisco Cristóbal Cirilo (1894-1946). Muere en el Hospital San Juan de Dios y sepultado en San Ramón. Muerte a causa de neoplasma de la región antro pelórica. Se casa en 1912 con Crescencia Jiménez Jiménez en San Ramón.
José Luciano (1894-1895), bautizado y sepultado en San Ramón.
María Claudina Isabel (1896-x), nacida en San Isidro de San Ramón. Casó en 1918 en San Ramón con José Castro Montero, hijo de Espíritu Castro y Vicenta Montero.
José Edmundo Inocente (1897-x) casó en 1918 con Bertalia Blanco Zúñiga (1901-x) en San Ramón. Bertalia fue hija de José María Blanco y Rosalia Zúñiga. Edmundo vivió en el Socorro de Piedades Sur en la finca que era de los hijos de Toribio y que hoy es de José Ramón Quesada Ramírez. Cuentan que cuando vivía ahí, uno de sus hijos murió de fiebre después de un viaje que hicieron al Bajo Chaussoul a tapar frijoles. La muerte de este hijo le trajo una tristeza enorme a Edmundo así que decidió salir del Socorro y regresar a San Ramón.
Rafael Azarías de Jesús (1900-x), nacido en San Isidro de San Ramón, casó en 1922 en Alajuela con Raquel Rodríguez en la parroquia de Palmarés, hija de Juan María Rodríguez y Josefa Meléndez
María Orfilia Erlinda (1906-x), bautizada en San Ramón. Casada en 1925 en Alajuela con Juan José Rodríguez Meléndez. Ver Figura 8.
Laura Emma Luz (1904-), casó en 1925 en Alajuela con Rufino Cordero Meléndez, hijo Miguel Cordero y Remigia Méndez
Juana Fredesvinda de Jesús (1910-1911), nacida en San Isidro de San Ramón
María Anita Enriquelia (1912-x), bautizada en Alajuela. Ella vivía en la finca de Chico Montero en la calle vieja del Socorro. A María le gustaba ir a San Ramón y en la cuesta de la Laguna cuando anochecía siempre iba con un tizón para espantar al puma.
María Blanca Otilia (1908-1941). Sepultada en Palmarés.
Eleida Catarina de Jesús (1914-), bautizada en San Ramón
Luis Gonzalo (1918-x), nacido en San Ramón. Ver Figura 9.
La siguiente transacción ubicada en el Archivo Nacional muestra una compraventa en la que Toribio estuvo involucrado:
TEMA: Compraventa ramirez SOLIS Simón ramirez JIMENEZ toribio San Ramón, Alajuela, ENTIDAD O PERSONA QUE PRODUJO EL DOCUMENTO: ULLOA PANIAGUA Tranquilino
FECHA INICIAL: 1893-07-27
En el documento anterior, se describe la venta de un terreno de Simón a su hijo Toribio ubicado en San Isidro de San Ramón. Dicho terreno se dice que estaba cultivado de café, caña de azúcar y otra parte de potrero y rastrojos y se vendió en 600 pesos, pagado en efectivo. No se indica el tamaño de la propiedad. Testigos de esta transacción fueron Alfonso Mora y José María González. Se indica también que se paga 6 pesos a Tranquilino Ulloa Paniagua, Juez Civil del Circuito Judicial de San Ramón, quién elaboró la compraventa. En la Figura 10 se muestra la firma de Toribio.
José Francisco Cristóbal (Cirilo) Ramírez Ramírez (1892-1946) y Crescencia Severa Jiménez Jiménez (1888-1973)
Cirilo fue bautizado en San Ramón y se casó con Crescencia Jiménez Jiménez en 1912 en San Ramón. Los padres de Crescencia fueron Juan Jiménez y Rosalia Jiménez. Fueron testigos Magdaleno Ramírez y Clemencia Jiménez. El padre que oficio la ceremonia fue el Presbítero Juan José Valverde. Ver Figura 12.
Cirilo y Crescencia vivían en San Isidro, donde llaman Bajo Ramírez. Su casa era la típica vivienda costarricense de principios del siglo XX. La casa estaba metida en un lote grande, lleno de árboles. La construcción era de madera con techo de teja. Al frente de la casa tenía un corredor grande que estaba cubierto de macetas. La casa tenía piso de madera excepto en la cocina que era de tierra. La sala era de madera, había un pasillo en el centro. Cocinaban con leña y el fuego siempre estaba prendido. La cocina era oscura y el fuego del fogón era lo que alumbrada el aposento. Este fogón era muy parecido a los fuegos que usaban los indios, era de piedra y le ponían ceniza alrededor. Junto a la casa había un pequeño alar al lado de la cocina donde guardaban la leña y algunos granos.
No había cañería o paja así que el agua la sacaban de un pozo que estaba detrás de la casa. El pozo tenía una rueda de madera grande para sacar el agua pero había que manejarla con cuidado. La rueda estaba asentada en un marco grande de madera y se privaba cuando se tiraba el balde de lata al fondo del pozo. Había un filtro de piedra para filtrar el agua que sacaban del pozo. El filtro era de piedra volcánica, con muchos huequitos.
Cirilo y sus hermanos tenían mucha tierra en el Bajo de Ermitaño, al frente de San Roque. Eran terrenos con grandes cafetales. También eran dueños de una finca en el Socorro de Piedades que empezaba desde el río Piedras por el camino viejo del Socorro, subiendo por el cerro del Azahar y hasta el río la Paz. La finca luego se partió cuando se construyó el camino viejo a Zapotal. El terreno del lado norte del camino se perdió en disputas legales con vecinos de la Paz. La parte al lado sur del camino nuevo a Zapotal se la vendieron a la familia Chassoul a 12 colones la manzana. La familia Chassoul instaló un aserradero movido por agua para aprovechar robles, nance, marañón, quizarrás y otros árboles maderables de la zona. Luego esta finca la adquirió Luis Vásquez. José Edmundo, hermano de Cirilo, vivió en esta finca por muchos años hasta la muerte de uno sus hijos.
Cirilo era policía y era muy respetado en San Isidro. Se dice que siempre portaba una cruceta. Asimismo, Tilo, hermano de Cirilo fue un juez de paz. Tilo era recordado por su enorme estatura y por que portaba una cruceta. Además a Tilo lo recuerdan también porque tenía carretas y bueyes muy buenos pero también porque sus hijos (Emiliano, bromista y peleador) eran muy peleones. Este expediente en el archivo nacional describe un litigio en que se vió envuelto Cirilo:
CÓDIGO: CR-AN-AH-CSJ-EXPJU
SIGNATURA INICIAL: 001879
TEMA: Expediente de la causa contra Fidelino Cordero Ramírez por el delito de lesiones cometido en perjuicio de cirilo Ramírez Ramírez, en San Isidro de San Ramón
ENTIDAD O PERSONA QUE PRODUJO EL DOCUMENTO: Juzgado Civil y del Crimen de San Ramón
FECHA INICIAL: 1920-06-29
El expediente anterior de 71 páginas, es sobre una demanda de Cirilo contra Fidelino Cordero Ramírez por lesiones cometidas durante un rezo en San Isidro en Diciembre de 1919. Según la declaración en este expediente de Cirilo, lo hechos ocurrieron así:
“Al amanecer del siete de este mes como a las cuatro de la mañana nos encontrábamos varias personas en la casa de habitación del señor José Fernández Villegas, en San Isidro de este cantón con motivo de un rosario que ahí se celebraba. Yo y otros permanecíamos en el corredor de la casa y en el interior de esta o sea en la sala, estaban Rudesindo Arias y José Cordero Badilla, quiénes se notaba que discutían pues este ofendía y desafiaba a aquel para que salieran a pelear. Así lo hicieron y cuando Cordero salió de la sala y ya en el corredor, al salir Rudesindo dio a este un cuerazo y se dirigió a la calle ya acompañado en ese momento de su hijo Fidelino Cordero Ramírez y Emilio Cordero Pereza, y sin que yo me diera cuenta de que se había hecho Rudesindo cuando fue atacado por José, me imaginé que Rudesindo había salido con ellos a la calle, y por la curiosidad de ver lo que iba a ocurrir me dio un garrotazo y me produjo la herida que presento. Yo indignado, saqué entonces mi cruceta para defenderme pues en ese momento me atacaban los tres, así como a mi compañero Florentino Ramírez que desarmado se encontraba a mi lado y a José Fernández que en ese acto llegó en mi auxilio, y dí unos cuantos cinturazos a Fidelino, en el cual cesé porque mi cruceta se quebró en la cruz y ante esto no me ocurría, opté por regresar de la nuevo al interior de la casa de Fernández, terminando el pleito. Debo agregar que quién me produjo la lesión a que antes me he referido, y como dejo dicho, fue Fidelino y que si bien después del ocurriéndome esto los tres me atacaban, ni José ni Emilio me hicieron nada por la suerte que tuve de evadir sus ataques. Así José como su hijo Fidelino y Emilio estaban bastante alegres por el licor que habían tomado, yo me encontraba en mi perfecto juicio, pues no acostumbro excederme en el mismo. Antecedentes de disgusto entre mis agresores y yo, nunca los hubo, pues siempre nos hemos tratado con cariño, y supongo que la actitud de estos en mi perjuicio se debió precisamente a la borrachera de ellos.”
Tres días después de los hechos (10 de Diciembre de 1919), Fidelino presentó su versión estando en la cárcel pública de San Ramón ante el Alcalde de turno. Según Fidelino, esto fue lo que ocurrió cuando el juez le preguntó por su declaración:
“Presumo que sea por un pleito que ocurrió en mi barrio. Las cosas pasaron así: Estábamos mi padre José Cordero, Rudecindo Arias y yo, allá en mi vecindario tocando dos rosarios en la casa de José Fernández Villegas, a los cuales concurrió mucha gente y una vez efectuado los rezos, el dueño de la casa repartió guaro y chicha en profusión y consintió en que se verificaran varios juegos, de los que siempre se acostumbran en el campo, así como tomados, juego de prendas y demás y como la alegría fue tanta, todos inclusive las mujeres bebimos mucho de extremo de jumarnos. De un momento a otro, se formó un pleito y yo borracho como estaba me metí en el, sin saber quienes eran los que lo motivaron, no supe quien atacaba a quién y llegué al estado de inconciencia, imaginando quién me llevó a mi casa en la cual desperté al día siguiente encontrándome herido en las manos y adolorido el cuerpo. No sé si yo pelié con determinada persona, aunque presumo que no, por que todo era bochinche, motivado por la borrachera, así mismo, no se quién fue el que me hirió. El lunes me trajeron a esta cárcel en donde estoy.”
Después de haber hecho los descargos correspondientes y considerar la versión de los testigos, se declaró a Fidelino Cordero Ramírez culpable el día 27 de Mayo de 1920 y se le condenó a 31 días de cárcel.
Cirilo también fue muy reconocido porque le gustaba mucho la música. Él mismo construía y afinaba sus instrumentos musicales como bandolinas y marimbas de bambú y metal. Cirilo muere en 1946 en el Hospital San Juan de Dios y sepultado en San Ramón. En su acta de defunción se indica que fue a causa de “neoplasma de la región antro pelórica” (cáncer gástrico).
Hacía mediados de 1950, ya todos los hijos e hijas de Cirilo y Crescencia se había casado excepto Pamela, quién vivió con su madre hasta la muerte de Crescencia. Pamela luego se mudó a San Ramón y vivió en Barrio San José, por el colegio Patriarca San José. Pamela nunca se casó.
Crescencia es recordaba como una señora muy callada que le encantada poner sus manos sobre la cabeza de sus nietos. Los familiares de Crescencia eran famosos porque se perdían en la montaña, se cree por padecer Alzheimer. Una hermana de Crescencia que se llamó Jenoveba se cree padecía de esta enfermedad y se iba caminando y se perdía por largos ratos. Un día Jenovaba se perdió pero nunca regresó y cuando la encontraron ya había muerto en el Bajo del Ermitaño. Gracielina, hija de Cirilo y Crescencia murió en el 2003 debido al Alzheimer.
Crescencia murió el 4 de Marzo de 1973 en San Ramón.
Los hijos de Cirilo y Crescencia fueron:
Julio Eliecer del Rosario (1914-). Era el mayor de los hijos de Crescencia y Cirilo. Le encantaba contar historias de cacería, aunque un poco exageradas. Visitaba mucho la finca del Socorro de Cirilo. Vivía en el Bajo Ramírez.
Criselda Gracielina de Jesús (1915-2003) se casó con Evencio Quesada Alpízar (1913-2000). Vivió en Concepción de San Ramón después de casada. Nina, como se le conocía, era una persona muy dulce y amable. Pequeña de estatura, blanca y de ojos azules. Los últimos años de su vida sufrió de Alzheimer. Ver Figura 13.
Elvira Adelina Duvilia de Jesús (1917-x). vivía en Calle Varela. Era casada con señor renco de mucho dinero, de apellido Hernández. Les gustaba mucho hacer fiestas. Cecilio, Rufino, Rafael eran unos de los hijos.
Pamela Auria (1918-x). Murió soltera en San Ramón. Era una persona muy cariñosa. Fue soltera. Tenía un novio de calle Ángeles de apellido Montero. Le gustaba andar descalza cuando hacía los oficios domésticos. Era muy valiente y trabajadora.
Juvenal Cirilo de Jesús (1920-x). Se casó con Carmen Murillo. A Agosto del 2020, Carmen aun vive con su hijo Cirilo. Vivía en Bajo Ramirez luego se mudó cerca de la Iglesia de San Isidro. Juvenal fue un señor muy buena gente. Le gustaba atrapar aves cantoras como mozotillos y agüíos. Como casi todos los vecinos de San Isidro, tenía un pozo para proveer de agua a su casa. Del pozo a la casa había un cable (andarivel) que se usaba para llevar el balde lleno de agua. Le gustaba mucho visitar a su hermana Gracielina en Concepción. Era una persona honesta y agradable para conversar.
José Miguel Ángel Antonio (1922-x). Vivió en San Ramón en el INVU. Era un hombre muy pulseador, andaba descalzo. Se casó con una señora Chavarría del Llamarón, hermana de Chelo Chavarría. Tuvo muchos hijos. Le gustaba mucho contar chistes, era más alto que sus hermanos, más formido. Le gustaba mucho andar con bueyes. “Ay ay ay”, gritaba Miguel cuando cruzaba una quebrada con sus bueyes en San Isidro. Un poco más callado que sus hermanos.
Albertina Elisa de la Piedad (1923-x). Le decían Tina, casada con Hernán Rodríguez. Vivía cerca de la Escuela Laboratorio en San Ramón. Fue la última de las mujeres que falleció de esta familia.
Sigifredo Gonzalo (1925-x). Era pequeño. Tenía fama de pelearse a puñal en el parque de San Ramón. Muy temerario y valiente. Uno de sus hijos es un reconocido soldador e inventor que tiene su taller en San Ramón. Se le conoce como MacGiver. Ver Figura 14.
María Dora de las Piedades (1927-x). Era morena, callada y le gustaba andar descalza. Vivió en Calle Varela y en Guanacaste. Se quejaba que su marido Aníbal le gustaba mucho tomar y la dejaba sola por temporadas.
Clodoveo Daniel de Jesús (1929-x). Se casó con Benilda Cordero. A Junio del 2020, el único hijo de Cirilo y Crescencia que aún vive. Lugar de residencia es San Isidro de San Ramón, cerca de la iglesia. Uno de sus hijos es de los dueños del bar y restaurante en Calle Zamora. Es considerado una joya, una persona muy religiosa.
Quesada, H.J. 2020a. Entrevista a José Ramón Quesada Ramírez. Conducida por teléfono. Agosto.
Quesada, H.J. 2020b. Entrevista a Benedicto Quesada Ramírez. Conducida por teléfono. Agosto.
The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints (TCJCLDS). 2020. Registros parroquiales, genalógicos, civiles y legales. Disponible en https://www.familysearch.org/en/. Último acceso Agosto 2020.
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