MEMORIAS RAMONENSES

TURNOS EN SAN RAMÒN

Por MARCO TULIO JIMÈNEZ MESÈN. Publicado en el TIEMPO, 13 de enero de 1946, Transcripción de Fernando González.

“Los turnos en San Ramón se realizaron siempre para subvenir a las necesidades de la Parroquia. Una de las formas de ayudar al turno era regalando leña o trayendo una carretada de piedra de cal de la Calera.

Por muchos años nos tocó ver el inmenso desfile de carretas con leña o piedra de cal, pasar frente a la iglesia, donde el padre daba una bendición y en más de una vez pescaba la limosna fuerte que venía amarrada en la punta del cuerno de uno de los bueyes de la yunta.

Muchas de las carretas venían cargadas con leña de guarumo, pues se decía, que este combustible era de primera clase para quemar la cal.

Luego, al medio día continuaba el turno en el atrio de la iglesia, Muchas gallinas arregladas, hojaldres bien aliñados, botellas de buen vino y de rompope, bizcochos, sobados, cajetas de chiverre, etc.

La filarmonía amenizaba el acto y el sistema de los naipes con cordeles le daba a los cristianos el chance de sacar algo de las cosas rifadas. El domingo siguiente el Cura decía en el sermón la suma realizada con el turno del barrio tal y por el éxito les otorgaba un agradecimiento y una bendición”.

La Plaza La Sabana

Por Arturo Alfaro Alfaro

Tomado del: El Periódico El Alajuelense / 26 junio al 09 julio 1998

Algunos usábamos zapatos y otros jugaban a pata pelada

A fines de la década de los años cuarenta y principios de los cincuenta, casi en el fondo de un enorme guayabal, donde también existían varios gigantescos higuerones, se encontraba un charral que, gracias al esfuerzo de un hombre dedicado a formas futbolistas, don Onofre Lobo, fue transformado en una humilde plaza, para que el equipo La Percha entrenara.

Este fue el primer antecedente de lo que es hoy la Asociación Deportiva Ramonense, fundada en abril de 1953, por el profesor Domingo Borja Pagés, español que llegó a nuestro cantón para dejar un equipo de futbol.

Donde se encontraba esa plaza se encuentra hoy el Estadio Municipal, abierto al público en el mes de agosto de 1954, un año después de fundada la A.D.R.

Ahí, por las tardes, nos reuníamos los vecinos para jugar la mejenga que se iniciaba a eso de las dos de la tarde y terminaba a las seis, ya que algunos debían de rezar el rosario a las siete de la noche, antes que el compañero Johnny Poyola Villegas diera las ocho con el repique de las ánimas, en la Catedral.

Los Chicos de la Cancha, Mario Lobo “Marión”, Poncho Arguedas, Trino Ledezma, Adrián Lobo, Chu Chu Ulate, Tulio y Pachico “Caca de Mono”, Tista Céspedes, Marco “Clavo” Mora, Álvaro “Pata de Pollo”, Nica Ledezma, Luis Chacón, Luis Alberto Arguedas, los Gamboa, Tacho, Chepe, Javier, Orlando Campos el popular Conchitas los Culicuncos, Julio Blanco y Antonio, el chino Carrillo, Juan y Jorge Vargas, Juancho Céspedes, Eduardo “Catato” Sandoval y Vico su hermano, Los Fonseca, Arturo, Fulvio, Alejo, José Luis y Gerardo, eran terribles con la bola.

Además, estaban: Arcadio Lobo “Panza de Hule”, el Negro Miguel, Fernando Arguedas y Fernando “El negro” Chacón, que era mejor montando a caballo, igual que Asdrúbal Villalobos, Lulo Méndez, Eduardo Rojas, Miguel y el Chino Chacón, Fernando “Chombo Méndez”, Memo Vindas, Juanchito Chacón también el arquero Turique Chacón, Marito Ramírez, a quien le gustaba más la política, Oscar y sus hermanos, los Caca Rala y los Fernández, Joselito y Fabio.

Algunos usábamos zapatos y otros jugaban a pata pelada, estos últimos reventaban nuestras bolas. Fueron muy pocos los que jugaron en la primera división del futbol nacional, entre ellos, Luis Chacón, el ingeniero del balón y el recio defensa central Alfonso “Poncho Arguedas”.

Hoy existe otra plaza La Sabana, junto al Estadio. Pero no es igual, a pesar de que juegan muchos hijos y nietos de los viejos jugadores de la mejenga.

Por: Arturo Alfaro Alfaro

REINA DE BASTOS

Por Mayela Rodríguez Lobo

Enérgica, segura de sí misma, atrevida y amante de la aventura, dominada por el elemento fuego, nació a mediados del siglo diecinueve. El lunar de sangre que la chiquita tenía en la frente al nacer, era un presagio de tragedia, vaticinó la comadrona. Fuerte y decidida, desde que empezó a caminar dio muestras de una voluntad de hierro. La llamaron Juana y a falta de su hermano mayor muerto al nacer, se convirtió en la compañera inseparable de Juan, su padre. Era su mano derecha en los quehaceres de la finca. Montaba a horcajadas, arreaba el ganado y juntos recogían la cosecha de temporada.

La única fotografía de Juana Bastos Alfaro que se conoce. Aquí con la familia de su hijo José María Quesada Bastos y nuera Perfecta Alpízar. La foto es de alrededor de 1929 tomada en su casa en Chaparral, Concepción, San Ramón.

A los 17 años conoció a José María, se enamoraron y poco tiempo después del primer encuentro, se casaron. Ella, acostumbrada al trabajo duro, era la pareja ideal de aquel aventurero, que se perdió buscándose a sí mismo. En esa aventura que es el matrimonio, Juana sufrió muchas pérdidas que marcaron para siempre su carácter indómito.

A principios de los años ochenta del siglo diecinueve, siguiendo a su marido, se internaron en las inexploradas llanuras de San Carlos, en busca de la tierra prometida. Hijo mayor de un colonizador, José María soñaba con colonizar esos parajes y expandir la frontera agrícola. Juana amaba a ese hombre y perdió la cabeza siguiéndole en su locura. Dejó Buenos Aires y se fue a vivir, con una catizumba de chiquillos, en el pie de monte de lo que hoy es Ciudad Quesada. Cuando José María salía en busca de provisiones al Valle de Los Palmares, Juana se quedaba sola, con sus hijos pequeños. Por las noches, para defenderse de las fieras y las serpientes que merodeaban en busca de comida, encendía una fogata con la poca leña seca que lograba reunir. La lluvia perenne de esos parajes boscosos, inundaban el rancho de agua, mosquitos, ranas y todo tipo de alimañas.

Uno de esos días en que José María andaba en la villa, Juana mandó a su hija Victoria de doce años a buscar leña. Recogiendo ramas secas, la niña no se percató que camuflada en las raíces de un árbol se escondía una terciopelo. Haló una rama y con ella la letal serpiente que la mordió en un brazo. Pálida, llorosa y tambaleante Victoria regresó al rancho. Juana la acostó en un camastro y le hizo un torniquete, con la esperanza de detener el potente veneno, que empezaba a hacer estragos en el cuerpo de la niña. Pasó la noche en vela, mientras su hija se consumía en una agonía lenta y dolorosa. Al amanecer se percató que Victoria estaba muerta y el grito de dolor que salió de su garganta, hizo retumbar el bosque y huir a los animales. Había perdido cuatro hijos pequeños. No pudo más con aquel infierno verde, cogió a sus hijos, sus chuicas y regresó a Buenos Aires.

Poco tiempo después de que ella dejara el rancho en San Carlos, José María enfermó. No se sabe muy bien de qué, algunos dicen que de fiebre amarilla. Al mismo tiempo enfermaron Juan Bastos, su padre y Andrés, su hermano, quienes habían sido cómplices de las aventuras de su marido. Al término de tres días, los tres hombres más importantes de su vida habían muerto.

Después de la muerte de José María, tuvo que entregar las tierras que él había denunciado en San Carlos, a uno de sus acreedores y se quedó sola, con siete hijos pequeños y una finca. Enloqueció de dolor, cogió sus hijos y sus trastes y se fue a vivir a Chaparral, un lugar recóndito, poblado de fantasmas, un caserío escondido en las montañas del Occidente.

Cuentan que recorría la finca llorando y lamentándose:

– ¡Yo quiero ver a mi marido, yo quiero ver a mi marido! –

Un día José María se le apareció en el potrero, le habló y fue entonces que recobró la cordura y pudo seguir con su vida. Tenía que terminar de criar a los hijos que quedaron pequeños. Comenzó a trabajar la finca. Cultivaba café, tabaco, caña de azúcar y todo lo que fuera necesario para el comercio y el sostén de su familia.

Viajaba con bueyes al mercado de la Villa de San Ramón, a vender sus productos. Enyugaba los bueyes, seleccionaba y empacaba los productos y cargaba la carreta. Salía los jueves por la tarde, cuchillo al cinto, sombrero y botas. Bajo la tenue luz de una carbura, recorría los siete kilómetros que separan Chaparral del mercado de la Villa. Allí estaría en la madrugada vendiendo y comprando. Fue la primera mujer boyera de San Ramón.

Después de la merca regresaba a su casa con su carreta cargada de provisiones: fósforos, candelas, harina, canfín y Ascaryl, aquel potente lombricida que prometía alejar de sus hijos pequeños, la amenza de esos parásitos asesinos, que ya le habían arrebatado dos hijos. En el camino de regreso, cuando pasaba frente a la cantina del pueblo, los boyeros la llamaban:

 – Juana, vení, tomate un trago con nosotros -.

 – Traémelo aquí -, respondía.

Se detenía y de pie junto a su carreta esperaba por el trago. Alguno de los boyeros, compañero de caminos, salía con medio vaso de guaro y se lo ofrecía. Ella lo recibía agradecida, lo saboreaba despacio, deleitándose sorbo a sorbo, respirando profundo para que el licor calentara sus venas. Devolvía el vaso y sin entrar a la cantina, seguía su camino. Así como le gustaba el guaro, le gustaba el baile. Algunas noches, ponía a uno de sus nietos a maniobrar su vitrola y a la luz de los candiles, bailaba hasta el cansancio.

Ya octogenaria, con ochenta y seis años, la Reina de Bastos decidió que era hora de irse, de morirse, que ya no tenía nada mas que hacer en este mundo. Había cumplido con creces los mandatos de su familia. Se había casado, había parido catorce hijos y viuda, había terminado de criar siete, conduciendo a su familia con mano de hierro. Estaba cansada de tanta demanda.

Una tarde se sentó en su vieja mecedora de madera en el corredor de su casa, pidió a su hijo Manuel que le trajera un trago de guaro, lo saboreó lentamente, calentando la garganta, mientras se balanceaba escuchando una melodía en la vitrola. Cerró los ojos como si meditara y se fue en busca de su marido, para reclamarle una vez más el por qué la había dejado sola.

San José, Octubre 2023

Aquileo Orlich Zamora

Por Fernando González

Recordando a don AQUILEO ORLICH ZAMORA, a 42 años de su fallecimiento.

Ramón Rafael Aquileo Orlich Zamora, nació en San Ramón el 6 de agosto de 1889, en el hogar que formaron Francisco Orlich Ziz y Francisca Zamora Salazar. Fueron sus hermanos: José Ricardo –padre de don Francisco ¨Chico¨ Orlich B.-, Nicolás, Romano, Francisco –quien falleció en Europa-, María Ramona –conocida como Mariquita-, Josefina, Amalia y Mercedes.

Siendo un niño, fue enviado a estudiar a Europa, donde transcurrió su infancia y adolescencia en un centro educativo de jesuitas, localizado en El Tirol, Austria. Allí aprendió el idioma alemán y desarrolló gran habilidad para la matemática. De regreso a San Ramón, a raíz de la amenaza que representaba la Primera Guerra Mundial, se dedicó a la agricultura y al comercio. El 16 de agosto de 1920, contrajo matrimonio con Blanca Ramírez Solano. De esta unión nacerían: Mercedes María, Renato Antonio, Yolanda, Blanca Antonieta, María Isabel y Rolando. Precisamente a causa del nacimiento de su último hijo, doña Blanca falleció un 13 de octubre de 1929 en San Rafael, a los 36 años de edad; había sido maestra y se distinguió como costurera, en especial por la confección de vestidos de novia.

ALZAMIENTO CONTRA LOS TINOCO

A raíz del golpe de estado dado por los hermanos Federico y Joaquín Tinoco al gobierno de Alfredo González Flores a inicios de 1917, San Ramón se convirtió en un foco anti-tinoquista, respondiendo de inmediato al llamado de Rogelio Fernández Güell, con la organización de una fuerza de 200 hombres. Esto provocó la persecución de ramonenses por parte de Rafael Solórzano, nuevo jefe político de la dictadura. La familia Orlich estaba en la mira pues Nicolás, hermano de Aquileo, era diputado de González Flores.

Eduardo Oconitrillo en su libro Los Tinoco (1979), dejó consignados los recuerdos de don Aquileo Orlich en un extenso relato sobre estos acontecimientos históricos. Cuenta que él solía viajar a San José por sus negocios y que allá conoció al señor José Raventós, español que conspiraba contra los Tinoco. Raventós le pidió ser el contacto con San Ramón y más tarde lo enviaría donde Alfredo Volio, líder político contra los Tinoco. El 19 de febrero de 1918 fueron detenidos Nicolás Orlich, Juan Alfaro y Lolo Esquivel por gestar un presunto plan revolucionario, pero fueron liberados por orden de Federico Tinoco a instancias de don Aquileo. Sin embargo, esto exacerbó el descontento de los ramonenses, que tres días después se sublevaron. Nicolás Orlich vino de su finca a dar aviso a los líderes del centro: Benjamín Salas, Aristides Montero, Juan María Quesada y Roberto Castro, carpintero que se había dedicado a elaborar cartuchos de dinamita a escondidas. Por la tarde, Lorenzo (Lencho) Carvajal, Vitalino Fallas y Juan M. Quesada capturaron al jefe político quien quedó bajo la custodia de don Federico Salas, director de la escuela de varones, Teresa Ruiz de Salas y María Cambronero de Mora.

 De pie y de izquierda a derecha: Juan Rafael Zúñiga, José María Badilla, José Francisco Ulate Ramos, y Guillermo Palma. Sentados y de izquierda a derecha: Carlos Reyes, Aquileo Orlich, Eliseo Gamboa, Gonzalo Barrantes Carillo y Manuel ¨Lico¨Flores (Fuente Fernando González).

Entraron a San Ramón a caballo los vecinos de Piedades Sur y don Aquileo por Calle Zamora con los rafaeleños vivando la revolución. Un tercer grupo al mando de Manuel Espinoza Quirós, ocuparon el telégrafo y el Resguardo, incautando las armas y municiones que allí había. Tomaron el Palacio Municipal que era un edificio de dos pisos. El diputado Rafael Rodríguez Salas levantó tribuna en el parque contra la tiranía tinoquista.Un grupo al mando de Lencho Carvajal tomó Palmares y otro en que iban Aristides Montero, Eliseo Durán y Juan Rafael Mora Rojas, hicieron lo mismo en Naranjo, en la madrugada del 23 de febrero. A pesar de ello, no había noticias del levantamiento en el resto del país y la ciudad de San Ramón se quedó sola en esta intentona. La tiranía envió 400 hombres armados y a las once de la noche de ese mismo día entraron a la ciudad realizando saqueos y atropellos. Don Aquileo se retiró a su finca y los demás líderes a Los Ángeles, La Balsa y las llanuras de San Carlos; los que se acogieron a la amnistía fueron posteriormente hechos presos y enviados al cuartel de Alajuela.En su monografía histórica sobre San Ramón, Trino Echavarría también cita entre los dirigentes antitinoquistas ramonenses, a los hermanos Nicolás, Romano y Aquileo Orlich Zamora.

VIDA POLÍTICA Y APORTE COMUNAL

Don Aquileo fue diputado en dos cuatrienios que ocuparon los siguientes periodos: 1926-28, 1928-30, 1934-36 y 1936-38. El cuatrienio 1930-34 lo perdió por pocos votos con el presbítero Juan Vicente Solís. Su primera postulación se dio en papeleta independiente y la segunda en asocio con Jorge Volio, con quien tuvo gran amistad.

La Biblioteca Pública ramonense, cuyo origen se remonta al 4 julio de 1879, por iniciativa de Julián Volio, tuvo varias etapas en su historia. De acuerdo con Trino Echavarría, en sus inicios contaba con 1500 volúmenes y era atendida por José Castro Bustamante, director del Colegio Horacio Mann. La segunda fue la de la Escuela Central en 1912 y ésta debió ser fundada nuevamente en 1926, luego de la destrucción del terremoto del 4 de marzo de 1924. Ello fue posible gracias a las gestiones del entonces diputado Aquileo Orlich Zamora; su primer bibliotecario fue el señor Julio Lobo y posteriormente el propio señor Echavarría.

Otra obra que se debió reconstruir a causa del terremoto fue la cárcel, lo cual se logró por iniciativa también del señor Orlich. Fue miembro de la Junta de Protección Social en San Ramón y con dos colaboradoras –enfermeras- salía a solicitar en los negocios sábanas, telas y otros implementos para el hospital. Siendo diputado, obtuvo los fondos y reunió a los vecinos de Piedades Sur y El Salvador, para la construcción de dos puentes en dicha localidad, uno de ellos el de Sardinal. También consiguió los permisos de operación de avionetas que traían el correo y los periódicos en el antiguo campo de aterrizaje, que en la década de 1930 se localizó al sur de la ciudad de San Ramón.

Después de 40 años de haber vivido en el Viejo Continente, don Aquileo tuvo la oportunidad de regresar a Europa con su hermana Mariquita (María Ramona) con el objeto de visitar la tumba de su madre Francisca, sepultada en la ciudad de Gorizia, Italia -ubicada al noreste de la bota italiana-, ya que durante un viaje anterior de sus padres, se dio el infortunio de que ella muriera lejos de su tierra natal.

Don Aquileo fue por muchos años presidente del Centro de Cultura Social; se caracterizó por su gran sentido del humor y plática amena que le granjeó muchas amistades. Era común observarlo, en sus últimos años de vida, conversando animadamente con sus contertulios en el parque ramonense. Falleció a los 91 años de edad el 16 de abril de 1980.Agradecemos a su hija, doña Yolanda Orlich Ramírez, la información y fotografíias suministradas para la elaboración de esta publicación.

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