Por Hermida Zamora Carvajal
En un pueblo silencioso, donde una sirena invita al cine dos veces por noche y las campanas, como de costumbre, doblan a las ocho sin perturbar a nadie, la lluvia era persistente y más aun la neblina… así era San Ramón, el pueblo donde se desarrolla esta historia. Un lugar como muchos otros, donde sus habitantes de tanto contar mentiras, se las llegaban a creer… y para ilustrarla, la historia de Juan Badilla ponían de ejemplo bajo el siguiente estribillo “…no se porte mal, porque se lo lleva el diablo, como a Tetoco”…y “recuerden lo que le pasó a Tetoco…”.
Estas sentencias se escuchaban a diario en un San Ramón de ventanas y puertas abiertas, donde la lechería era fuente de ingresos para ciertas familias, por lo que Juan Badilla, a quien nadie conocía como tal, sino sólo por el sobrenombre de “Tetoco”, se dedicaba a llevar el ganado a los potreros y fincas, dentro y fuera del cantón y por lo general acompañado de algún perrillo callejero. Muchas veces su compañera de andanzas fue una diminuta perra llamada La Mosca, y se cuenta que su amo corría más rápido que el pequeño animal.
La fama de Tetoco cada día crecía más entre los habitantes de San Ramón, pues siempre en las mascaradas de las fiestas patronales, se apresuraba para escoger el traje y la máscara del diablo. Así, con una vejiga de cerdo en mano, perseguía a los niños para pegarles. Su relación con el pisuicas iba más allá, porque ya sin máscara todavía los chiquillos y algunos mayores le tenían horror.
Tetoco era un personaje singular; con un mecate se amarraba la cutacha al lado izquierdo de la cintura, usaba sombrero de lona con las alas dobladas a los lados, faja ancha con una enorme hebilla y un ancho brazalete de cuero en su mano derecha, la que a veces levantaba amenazadora y diciendo con fuerte voz: -¡Te toco!..
Al escuchar la expresión, los más pequeños corrían despavoridos, situación que provocaba en el rostro de Tetoco una sonrisa. Algunos creían que dicho brazalete, cubría una marca de vello negro que le dejó el diablo. La idea que manejaban los niños era que Juan Badilla, era socio del diablo o algo así y que si él los llegaba a tocar se les podía secar la mano o sucederles algo peor.
Cuenta la leyenda que un día después de dejar el ganado en el potrero, de regreso, Tetoco sintió un fuerte viento y un olor a azufre y en cuestión de segundos algo lo agarró y lo elevó a cierta altura, desesperado invocó el nombre de Dios e hizo como pudo la señal de la cruz; en ese momento lo que lo tenía sujetado lo dejó caer, con tan mala suerte que cayó sobre una piñuela en la propiedad de don Alfonso “el negro” Jackson, de donde salió aterrorizado y como alma que lleva el diablo.
Pero en realidad la verdadera historia es ésta:
Juan Badilla era un gran cazador; un día andaba monteando en compañía de don Alejandro Saborío, en la zona de Guanacaste. Ambos descansaban en un cerro mientras los perros hacían el trabajo, y como la espera se hacía larga, don Alejandro, a boca de jarro, le preguntó:
– Juan, decime la verdad, sobre ese asunto que dicen que a vos una vez te llevó el diablo.
Tetoco, por la gran amistad que los unía, poco a poco fue desgranando la verdad de tan escalofriante historia:
-Una noche yendo de regreso al rancho, unas nubes cubrieron el resplandor de la luna, con tan mala suerte que casi ni se veía el trillo por el que tenía que pasar. Mientras caminaba a tientas, de pronto tropecé con un bulto negro que estorbaba en el camino, caí sobre él y de un brinco se levantó, empezó a saltar y yo como pude me agarré para no caer, pero los brincos eran muy fuertes, me lanzó del lomo y en un dos por tres me ví encaramado en un palo de itabo.
Las nubes pasaron y la luna alumbró de nuevo, fue entonces cuando pude ver que con lo que había tropezado era un burro negro, el cual corría despavorido sin saber a donde ir.
Unas señoras que vivían en una casa junto al palo de itabo donde caí, al oír esa gran alharaca, los rebuznos del burro y los gritos que pegaba yo de ver donde me encontraba, creyeron que era el mismísimo diablo y salieron todavía medias dormidas, rezando alabados. De esa gran confusión fue que se originó la historia de que a mí, me había llevado el diablo y como el cuento andaba de boca en boca, yo nunca lo desmentí.