Por Hermida Zamora.
En este pueblo vivía un sacerdote conocido como Mongito, con una actitud resuelta se le ocurrió ir a evangelizar a los indios guatuzos, quería sacarlos de las tinieblas que los envolvían, abrirles los ojos, que vieran la luz y conocieran la palabra de Dios. Fue una acción valiente la que tomó, pues aquel lejano lugar era como un destierro; no sé por qué razón a los meses tuvo que venirse dejando allá todas sus cosas.
Don José Valenciano, el padre del querido ramonense del mismo nombre, recordado como Pepe Valenciano, se ofreció para ir a recogerlas, un indio sería su guía. Mongito le advirtió que en la noche se amarrara de una pierna con el indio.
Emprendieron el camino penetrando en la densa y tupida selva llena de árboles milenarios, caminaron y caminaron acompañados solo por la soledad y el silencio; al caer la noche sombras misteriosas se veían entre los árboles, decidió descansar, las tinieblas y el cansancio le cerraban los ojos, se acostó en medio de las gambas de un árbol y se durmió amarrado del indio. Lo despertó el canto repetido de los pájaros y el aullido de los congos, al abrir los ojos lo primero que hizo fue buscar al indio, el guía había desaparecido, le sobrecogió el frío y el miedo, creyó que ese árbol sería su sepultura, no podría seguir solo; lleno de coraje y valor se encomendó a Dios y sin aflojar siguió su camino; llegó a Guatuso, recogió las pertenencias del Padre y regresó a San Ramón. Este viaje le deterioró su salud, a los pocos días de su regreso falleció.